La voluntad de poder

La voluntad de poder

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Pensar el poder y la política cultural afín al nazismo, a partir del lugar que tuvo el arte en el imaginario fascista, nada menos se propone Alexander Sokurov en “Francofonía”, filme que afortunadamente repondrá desde hasta el domingo el Cine Arte Córdoba (en funciones a las 17,19 y 21) por segunda semana consecutiva, tras un paso fugaz por las salas del Showcase. Descripto así, su tema podría provocar el espanto del espectador, aunque nada más lejano a un documental convencional, lineal y aburrido que la película del maestro ruso, cuyas riqueza estas líneas intentarán reseñar.

Bastan los primeros minutos de Francofonía para intuir la variedad de recursos que ostenta Sokurov para interrogar al pasado: sobre sus títulos mismos, la voz en off del director ya irrumpirá con diversos diálogos relacionados a su trabajo (la filmación de la propia película que vemos), uno de ellos con el capitán de un barco que traslada obras de un museo en pleno océano, azotado por una tormenta feroz. El montaje incrustará fotografías de grandes figuras de la cultura rusa como Tolstoi o Chéjov, así como también personas desconocidas a inicios del siglo XX, a quienes Sokurov comenzará inmediatamente a interpelar: “¿Qué nos depara el futuro?”, preguntará una y otra vez. Son los fantasmas de la historia, entre quienes se materializará la propia Francia, representada como una mujer levemente avejentada y perdida que repite como una consigna vacía la célebre trinidad “libertad, igualdad, fraternidad”. Dos líneas narrativas paralelas quedan esbozadas allí, que el director sintetizará en un plano y una idea: el azote de una ola enfurecida a la cámara de la torre del navío a la deriva, y una sentencia esclarecedora, “la fuerza del mar y de la historia son así: (avanzan) sin piedad ni razón”.

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Esa fuerza arrasadora de la historia es la que comenzará a revisar a partir de un caso testigo: la ocupación nazi de París (que en la escena siguiente será hermosamente filmada en un plano aéreo que se eleva sobre su clásica arquitectura) y su relación particular con el Louvre, especie de tótem simbólico de Francia pero también de Occidente todo (“¿qué sería de Francia sin el Louvre?”, preguntará Sokurov). Claro que si en la célebre “El arca rusa” (2002) se concentraba en el Museo Hermitage de San Petersburgo con un notable plano secuencia de 90 minutos, aquí apelará a la mixtura de formas, estilos y géneros para componer un relato híbrido que en su centro basculará entre la exploración de archivos originales de la ocupación, siempre intervenidos por la mirada crítica cargada de ironía de Sokurov, y la recreación ficcional de la relación entre el jerarca alemán encargado de un plan de conservación de obras de artes para el régimen nazi, llamado Franz Wolff-Metternich , y el director del Louvre de aquella época, Jacques Jaujard, un devoto defensor de la República. Simultáneamente, irá agregando distintas capas narrativas que se retroalimentarán mutuamente en un juego de relaciones sin límites (un fantasma paródico de Napoleón, la representación de la propia filmación, la reflexión sobre los imperialismos y sus terribles consecuencias, entre otras).

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Ensayo multifascético organizado a partir de las ilaciones de Sokurov, capaz de conectar imágenes documentales de la llegada de Hitler a París (a quien insertará un doblaje hilarante de su voz) con especulaciones sobre la importancia del retrato en la cultura europea o del arte como testimonio de una sociedad y un tiempo histórico específicos, el filme esbozará en su trayecto algunos centros de análisis que definen la relación del nazismo con la cultura: un ánimo fetichista de respeto hacia la historia francesa que se materializa en una voluntad de apropiación mercantilista, contra la voracidad destructiva desplegada fuera de los países emblemáticos de Occidente, particularmente en Rusia. En medio de todas las experimentaciones, que se extienden a las propias imágenes y sonidos (donde el director superpone tonos, texturas y formatos de distintas épocas), planea de fondo un retrato fulminante del ánimo de poder de los hombres y sus ilusiones vanas de trascendencia, que finalmente nunca serán más que un barco a punto de desaparecer en el mar embravecido de la historia.

Por Martín Iparraguirre

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