Guachos de la calle (Memorias del desarraigo)

La palabra de los otros

 Rimando

Si hay una experiencia eminentemente política en la vida del hombre contemporáneo esa es la exclusión –la marginación de un sector de la población de los bienes simbólicos, culturales y materiales que organizan la vida del resto de la sociedad–, tanto como la posibilidad de contraponerle una práctica de la resistencia: son muy pocos los que llegan a cruzar ese abismo pues para hacerlo deben conseguir apropiarse de aquello que les es sistemáticamente negado desde una cultura de la discriminación que uno intuye anida en el inconsciente colectivo de la sociedad, en los paradigmas que rigen el comportamiento diario de la gran mayoría de los cordobeses. La Docta es, sí, una sociedad retrógrada y discriminadora, como refleja la opción política que la viene gobernando desde hace 16 años, sin que se avizore un cambio cierto en las elecciones que se avecinan. Pero toda política de la exclusión en democracia crea a la larga las condiciones de resistencia: los chicos de Rimando Entreversos han sabido apropiarse de la música como una forma de reconstrucción de su dignidad y eventualmente de lucha contra aquellas políticas que los niegan. No se trata de cualquier género, pues la elección del rap es efectivamente su primer gesto de rebeldía, su primer paso en la emancipación de las barreras que le impone la sociedad.

“Guachos de la calle (Memorias del desarraigo)” es una película marcada por la urgencia de sus protagonistas, chicos pobres inmersos en una cruzada desmesurada por hacer valer su voz en el ágora pública. Como se sabe, el  documental de Sergio Schmucler aborda la experiencia del grupo a partir de la historia particular de sus integrantes, con el objetivo de crear un espacio para que esas voces puedan expresarse. Tiene también una agenda política relacionada a los planes de erradicación de villas –eufemismo para nombrar la expulsión de pobres del centro urbano– de la gestión de José Manuel de la Sota, así como su nefasto Código de Faltas, instrumento para la aplicación de un plan sistemático de sometimiento de los sectores populares. Aunque se diría que su centro de interés está puesto en la lucha de estos jóvenes, en su experiencia de militancia por la reconstrucción de su propia dignidad a partir del arte como forma de visibilización pública, ejemplo conmovedor de una práctica netamente democrática: la batalla por reconfigurar las relaciones de poder que envuelven a los individuos a partir de una estrategia de creación y comunicación.

Los primeros planos esbozan ya una lectura. A la apertura con un lago de Quilino –espacio de belleza que se supone inaccesible para gente de bajos recursos–, le seguirá un plano de la vivienda precaria de los hermanos Johny y Nico Diaz emplazada en El tropezón –con el absurdo complejo de edificios de una famosa constructora de fondo–, el único momento donde la película rozará la sordidez con que se acostumbra a representar a estos sectores sociales, a lo que le seguirán distintos planos de la Fundación La Morera hasta llegar al taller de música donde el grupo se forma. La lectura es precisa: el acceso a la educación en condiciones dignas marca la posibilidad de encontrar una salida a la situación de marginalidad. La voz de Schmucler irrumpirá para dar una interpretación que enmarque a la película, al esbozar una historia del despojo y el desarraigo que se remonta a los pueblos originarios, que acaso sean los antepasados de los marginados actuales, y explicitar el conflicto que hoy los acosa, el desplazamiento de sus hogares para permitir los negocios inmobiliarios que propicia los gobiernos locales. Tras  una publicidad de De la Sota, irrumpirá un show de los Rimando Entreversos con su energía vital y sus letras disruptivas porque no sólo cantan sus experiencias de vida, sino que reivindican el trabajo y la lucha constante como forma de autosuperación, contracara exacta de los estereotipos que los marcan.

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El filme irá basculando entre esos distintos lugares, con una preocupación constante por captar sus espacios arquitectónicos –expresión material tanto de las condiciones de clase como de las cosmovisiones que promueven– : entrevistas individuales a los integrantes del grupo para narrar sus historias y mostrar su intimidad, sus actos de militancia en distintos shows y marchas, alguna intervención del director para narrar algún acontecimiento preciso, y la campaña del gobernador para erradicar las villas que rodean al Tropezón. Se diría que la empresa resulta desmesurada para una hora de película, lo que acaso explique cierta irregularidad que la recorre ante la heterogeneidad de acontecimientos que abarca, acaso porque falta una distribución de prioridades: sus mejores momentos son sin duda aquellos donde los chicos toman la palabra y pueden narrar su cosmovisión del mundo –hay incluso una decisión interesante de incorporar sus propias imágenes a la película, ya que algunos figuran como camarógrafos en los créditos–. Esa palabra se convierte en un ariete contra el imaginario que los discrimina porque no sólo muestra la humanidad de estas personas y de sus hogares, sino que destruye los estereotipos sociales: para ejemplo, basta la conmovedora reivindicación que practica Ricardo Romero de los “negros” a partir de su fortaleza para hacer los trabajos que nadie quiere hacer y su anhelo de “ser mirado como persona”. No es casual tampoco que sus discursos giren en torno a la familia como núcleo existencial, como espacio de pertenencia, refugio y compañía, incluso de quien se fue a vivir en la calle. Sin embargo, esa dimensión de la película parece estar a la misma altura que su agenda política, que no por pertinente resulta igual de interesante: cuando los guachos toman la palabra, se atisba un mundo mayor que pone al público de clase media frente a sus propias prácticas discriminatorias. Como cantan Jonnhy y Nico “cada vez que te pregunten de nosotros no hablés, no contestés, si vos a nosotros no nos conocés”. Guachos aprovecha la potencia del cine para saldar esa distancia y acercar a esos otros sociales a un público que habitualmente les niega la palabra, aunque se adivina que aun queda mucho por explorar y recorrer. Ojala merezca una secuela.

Por Martín Iparraguirre

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2 comentarios sobre “Guachos de la calle (Memorias del desarraigo)

    1. Gracias Jorge por tu comentario! La película se iba a proyectar toda la semana en el Gran Rex, pero tuvieron un problema de horarios y se suspendió. Por ahora, sólo se puede comprar el DvD en Rubén Libros y El Espejo. Abrazos!

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