Antes de la Medianoche

Del tiempo y el amor

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La serie de Richard Linklater sobre el amor iniciada con Antes del Amanecer en 1995 y continuada con esa obra maestra que fue Antes del Atardecer en 2004 –una película prácticamente perfecta en su concepción narrativa y su puesta formal– debía afrontar un dilema nada sencillo, que todo relato romántico intenta esquivar: ¿Qué sería de Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) si hubieran podido seguir juntos? ¿Cómo hubieran enfrentado el paso del tiempo, el peso de la rutina y las frustraciones de la convivencia?, ¿Cómo hubieran manejado la muerte del amor idílico, el derrumbamiento lento de la pasión? La respuesta tardó otros nueve años en llegar, pero definitivamente está a la altura: Antes de la Medianoche es un cierre lúcido y pertinente (aunque no hay que descartar otra continuación) para una trilogía que sedujo a millones de personas en todo el mundo, pero cuya verdadera dimensión se puede comprender recién ahora, cuando los autores (fue nuevamente escrita a seis manos por Linklater, Hawke y Deply) nos enfrenten a las condiciones mucho menos amables de la realidad escondida en su ficción.
Si el lector llegó hasta aquí, ya habrá adivinado el desenlace de Antes del Atardecer; aunque la primera secuencia de Antes de la Medianoche lo deja en claro: tras un plano detalle del cuerpo de Jesse -que exhibe las marcas del paso del tiempo-, lo veremos despedir en el aeropuerto de Grecia a su hijo ya preadolescente, que vuelve a su hogar en Estados Unidos. La secuencia terminará con un exquisito plano secuencia que, tras mostrar el rostro angustiado de Jesse, lo seguirá hasta el exterior del aeropuerto para encontrarse con Celine esperándolo en un auto, aunque la cámara se independizará ligeramente de ellos al final del recorrido para encuadrar a sus hijas gemelas, que duermen en el asiento trasero. Un plano basta a Linklater para sintetizar el vacío de nueve años que separan a las dos películas, aunque la melodía de piano que acompaña en off puede inducir a engaño: lo que veremos a continuación no es la pareja perfecta que presagiaba la secuela, sino una atravesada por conflictos, recelos mutuos y grandes problemas. Es que si Antes del Atardecer había sido una apoteosis del romanticismo idílico, que manejaba magistralmente la tensión creada por la falta de definición, aquí se aborda su contracara exacta: las secuelas de una vida en familia.

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El primero de los esperados diálogos de Jesse y Celine se desarrollará en el auto, con la cámara filmándolos de frente en una toma de más de diez minutos (plano típico de Linklater, que recuerda también al Abbas Kiarostami de Copia Certificada, entre otras), que dejará intuir las penas que los afligen: la angustia de él por no poder acompañar a su hijo -que vive con su madre biológica, con quien Jesse mantiene una muy mala relación-, en una etapa central de su vida; la resistencia de ella a mudarse a Estados Unidos para que pueda conseguirlo, justo cuando acaba de obtener un buen trabajo. Pero la secuencia, que esconde un fuerte tono humorístico, será apenas el inicio del periplo en el que los personajes pasarán por la casa de un escritor en la costa paradisíaca del Peloponeso, pasearán por un hermoso pueblo del lugar y se hospedarán en soledad a un lujoso hotel para una noche supuestamente romántica: casi todo, filmado con planos secuencia sutilmente virtuosos, que registran hermosos diálogos que exudan filosofía pero también cotidianeidad y universalidad, atravesados ahora por una mirada más desencantada, sobre todo por parte de Celine, que ha tenido que resignar sueños y anhelos por la vida familiar (mientras que Jesse se ha convertido en un famoso escritor con libros que narran su propia relación).

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Madura e inteligente, Antes de la Medianoche constituye un verdadero ensayo sobre el paso del tiempo y sus secuelas en la pareja: Linklater no deja tema sin abordar, e incluso pone por primera vez a sus protagonistas en diálogo con otros personajes en un almuerzo donde se discurrirá colectivamente sobre las formas del amor y los compromisos que implica (así como también sobre las diferencias generacionales), en otra gran secuencia que remite a Eric Rohmer. La presencia de una pareja joven servirá como contraste de los protagonistas, que acaso estén atravesando una crisis de mediana edad, como sugiere el último tramo de la película, una larga discusión en la habitación del hotel. Pero lo importante no está sólo en los diálogos ni en los conflictos, sino también en los detalles, a través de los cuáles se desarrollan los propios personajes: la fragilidad intrínseca de Celine, revelada en sus gestos de pretendida firmeza y en su propio cuerpo (que significativamente se expondrá por primera vez), el amor latente en Jesse, aunque el deseo se pueda haber disociado de la persona amada. Hay una simetría absoluta además entre Antes de la Medianoche y sus predecesoras, ya que una no se puede entender sin tener presente a las otras: no sólo la neurosis de Celine -que en la anterior era una joven independiente con un futuro prometedor y grandes planes en parte ahora frustrados – sino también algún pasaje específico, como el parlamento final de Jesse, que remite en espejo al primer diálogo con que convenció a Celine para que se bajara del tren y lo acompañara en Viena. Así, detrás de todos los conflictos, podremos vislumbrar aún aquél amor que sigue latiendo, aunque ahora porte otro ropaje.

Por Martín Iparraguirre

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