Te creís la más linda… (pero erís la más puta) – Yatasto

El cine, los mundos

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El cine comienza a despedirse en los espacios alternativos de la ciudad, que arrojan sus últimos programas antes de entrar en un más que merecido descanso vacacional, que por supuesto será sufrido por la comunidad cinéfila: los estrenos que semana a semana llegan a las salas comerciales suelen estar a una distancia considerable de la oferta que ostentan los cineclubes cordobeses (cuya temporada 2012 ha sido además notable). Esta nota intentará ser una pequeña muestra. El Cineclub Municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49) iniciará hoy por ejemplo el programa «Semana del Cine Chileno Contemporáneo», que reúne unos nueves filmes del pujante cine trasandino, la mayoría de autores nóveles o desconocidos en estas latitudes: Te creís la más linda… (pero erís la más puta), de Ché Sandoval, es la película que trae más pergaminos.

Curiosamente (o no tanto), su crecimiento se desarrolló en el circuito under chileno, donde se convirtió en una verdadera obra de culto, aunque el éxito en los festivales no tardó en acompañarla: a tres años de su estreno, recién hoy llegará oficialmente a nuestra ciudad (la función está programada a las 20:30, con la presencia del director). Un desarrollo sin dudas coherente con el espíritu del propio filme, que tiene la urgencia, la frescura y cierta discreta impetuosidad de la juventud: como la cordobesa El espacio entre los dos, de Nadir Medida, se trata de una película donde los directores filman su propio mundo, en sus propios términos.  Mínimo en su forma pero secretamente ambicioso en su desarrollo, el filme de Sandoval reconstruye casi un día entero en la vida de su protagonista, un joven algo despistado que intenta concretar algún amor: primero, con una amigovia que comparte con su mejor amigo Nico (Francisco Braithwaite), luego con una vecina de este último, llamada Valentina (Camila Le Bert). Pero como suele ocurrir en la vida de Javier (Martín Castillo), su inexperiencia lo traicionará y ella se terminará enamorando de su mejor amigo, frustración inicial que servirá como motor incombustible de la película, que desde entonces saldrá a deambular con su protagonista por la noche de Santiago, cruzándolo con diferentes personajes que servirán para contrastar sus penas, sus obsesiones adolescentes, sus pequeños anhelos, sus caídas y tenues renacimientos.

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Amable y por momentos idealista, el filme de Sandoval es sin dudas un testimonio de su generación, cuya traducción formal es un naturalismo radical, que encuentra en sus protagonistas dignos intérpretes: película de diálogos, quizás sus puntos más flojos estén en algunas resoluciones de guión que conspiran en contra de su verosimilitud. Pero la película exhibe una honestidad absoluta que compensa todos sus defectos: filmada mayormente con cámara en mano, en una estética que pese a su elegancia puede remitir al «home movie», con planos cercanos a sus protagonistas que se alejan sólo en momentos claves (como cierta escena de sexo o el hermoso final), Te creís la más linda… es una pieza fresca y desprejuiciada como sus protagonistas, lo que no viene nada mal en el abúlico panorama que muestran las carteleras. Acaso una fábula, cuya mayor virtud es su capacidad para mostrar (o construir) un mundo propio, algo que la vuelve valiosa en sí misma. Al autor le gustaría recomendar otras películas del mismo ciclo, pero vio unas pocas: Turistas, de Alicia Scherson, está seguramente entre las mejores, un inteligente drama sobre la institución matrimonial y la posibilidad del redescubrimiento propio, que precisamente vivirá su protagonista cuando abandone a su marido en pleno viaje y decida seguir sola hacia una reserva natural.

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Pero si buscamos cine de calidad, hay que volver a dedicar unas líneas a la gran película cordobesa del nuevo cine joven: Yatasto, del catalán Hermes Paralluelo, se vuelve a proyectar los jueves en El Cinéfilo Bar (Bv. San Juan esq. Mariano Moreno), lo que es un verdadero acontecimiento para cerrar el año cinematográfico.  Como ya escribimos alguna vez, Yatasto es la demostración acabada de la naturaleza y el destino político del cine, en su más íntimo sentido pues se trata de un filme que nos abre a nuevos horizontes, que habitualmente tenemos negados aunque formen parte de nuestra propia cotidianeidad. Ocurre que sus protagonistas son una familia de carreros de Villa Urquiza, a quienes la película acompaña desde una posición formal que permite dialogar con su universo, acaso una voluntad antropológica que surge del modo en que están pensados los planos: la distancia justa con su objeto exhibe un respeto total como norma de la filmación (ver la discreción con que Paralluelo registra los espacios privados), así como también los encuadres, que en el plano central del filme (aquel que sigue a los niños protagonistas de frente, subidos al carro, en su tarea cotidiana), permite crear un espacio para que se exprese su palabra. La nobleza formal de Yatasto asegura una experiencia única que sólo puede dar el cine, que quizás no sea mucho más que una ventana privilegiada hacia otros mundos: el cine como un arte del encuentro, como un espacio donde la otredad se nos puede revelar en una nueva dimensión, como la concreción momentánea de una utopía necesaria.

Por Martín Iparraguirre

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